Bueno amigos aquí estamos de nuevo. Este año hemos huido del “mundanal ruido” que supone el Xacobeo y nos hemos ido a buscar un camino más tranquilo y apropiado para lo que pretendemos: hacer deporte, conocer nuevas gentes y lugares, disfrutar, divertirnos y pasarlo bien, aunque sin agobios; objetivos que en esta ocasión también hemos alcanzado sobradamente.
El Camino del Norte, también llamado de la Costa, era muy transitado en la Edad Media para evitar a los musulmanes que ocupaban gran parte de la península. Con la Reconquista fue perdiendo importancia a favor del camino Francés mucho menos duro, aunque está de nuevo en alza en los últimos años.
Este camino, a su paso por Cantabria, tiene tres características fundamentales: la belleza de sus paisajes, que en su trazado hay mucha carretera y que parece que los kilómetros se miden en millas. La hermosura de esas tierras es por todos conocida; en cuanto al asfalto, la gran cantidad de minifundios existentes debe dificultar que se habiliten caminos a través de esos fantásticos prados, lo que hace que los caminantes tengamos que utilizar la carretera en gran medida para cubrir las etapas. En lo referente a las distancias oficiales que figuran en las guías editadas por el Gobierno de Cantabria, se podrían revisar para ajustarlas a la realidad porque, según el podómetro, siempre se hacen más kilómetros de los indicados.
Por cierto, hay que felicitar al mencionado Gobierno Cántabro por el esfuerzo que está realizando en cuanto a atención, información y medios para con el Camino a su paso por Cantabria, especialmente en el tramo que se desvía a Liébana (Camino Lebaniego) donde nos ofrece dos estupendos albergues (La Fuente y Potes) que hemos tenido la suerte de disfrutar. Aunque hay un lunar: el albergue de Santander merece ser mejorado ampliamente, en especial los baños y duchas, para hacer honor a esa magnífica ciudad.
En resumen: buena gente, espléndido paisaje, excelente comida, cerveza y sidra en abundancia, grandes amigos y risas, muchas risas.
El Camino del Norte, también llamado de la Costa, era muy transitado en la Edad Media para evitar a los musulmanes que ocupaban gran parte de la península. Con la Reconquista fue perdiendo importancia a favor del camino Francés mucho menos duro, aunque está de nuevo en alza en los últimos años.
Este camino, a su paso por Cantabria, tiene tres características fundamentales: la belleza de sus paisajes, que en su trazado hay mucha carretera y que parece que los kilómetros se miden en millas. La hermosura de esas tierras es por todos conocida; en cuanto al asfalto, la gran cantidad de minifundios existentes debe dificultar que se habiliten caminos a través de esos fantásticos prados, lo que hace que los caminantes tengamos que utilizar la carretera en gran medida para cubrir las etapas. En lo referente a las distancias oficiales que figuran en las guías editadas por el Gobierno de Cantabria, se podrían revisar para ajustarlas a la realidad porque, según el podómetro, siempre se hacen más kilómetros de los indicados.
Por cierto, hay que felicitar al mencionado Gobierno Cántabro por el esfuerzo que está realizando en cuanto a atención, información y medios para con el Camino a su paso por Cantabria, especialmente en el tramo que se desvía a Liébana (Camino Lebaniego) donde nos ofrece dos estupendos albergues (La Fuente y Potes) que hemos tenido la suerte de disfrutar. Aunque hay un lunar: el albergue de Santander merece ser mejorado ampliamente, en especial los baños y duchas, para hacer honor a esa magnífica ciudad.
En resumen: buena gente, espléndido paisaje, excelente comida, cerveza y sidra en abundancia, grandes amigos y risas, muchas risas.