21 y 22 de agosto de 2010, sábado – domingo:
Aumenta la tropa. Este año somos siete: los hermanos Julián y Paco López, Fernando Rodríguez, Antonio Vilaplana, Miguel López, Paco Calatayud y el que suscribe Juan Olmos.
Tras la recogida habitual nos vamos para Alcoy donde nos espera Antonio para cenar, luego, tranquilamente, carretera y manta. Voy conduciendo yo y me equivoco al pasar por Madrid, lo que nos permite una visita turística por el Paseo de la Castellana a las 4 de la mañana con el consiguiente chorreo para el conductor (mi menda lerenda). Después autopista de Bilbao, parada en Miranda de Ebro para almorzar y a Castro Urdiales.
Castro es la cuna del gran músico Ataulfo Argenta (1913-1958) que, pese a la carrera de obstáculos que fue su corta vida, logró significarse como uno de los más prestigiosos directores de la época junto a Karajan, Bernstein y otros.
Paseamos por el casco urbano hasta la zona de soportales junto al puerto, donde caen unas docenitas de sardinas con abundante cerveza mientras observamos la gran afición que aquí existe por las traineras. En casi todos los bares hay instaladas pantallas alrededor de las cuales se agolpa la gente como si de un partido del mundial se tratase.
A continuación garbeo por la playa hasta el albergue que es pequeño y está lleno, indicándonos que aún llegará más gente que viene de camino, así que nos marchamos al próximo que se encuentra en Islares a unos pocos kilómetros. Allí el albergue está ubicado en lo que fue la casa del médico, detrás de la iglesia; es pequeño y limpio, recién inaugurado y el hospitalero muy amable.
Son más de las dos de la tarde y hay que comer. En el albergue nos recomiendan el bar La Cuca, en la playa a un km., aunque no les queda casi de nada; junto a él está el camping Playa de Arenillas pero de su cafetería nos echan literal e impertinentemente; se ve que es un poco tarde y ya han trabajado bastante o es que son así. Por fin se apiadan de nosotros en el único bar del pueblo y nos preparan unos platos combinados.
Miguel, Julián y yo nos vamos a Santander a devolver la furgoneta, a hacer unas gestiones y a recoger el coche que amablemente nos dejará Carlos, sobrino de Miguel, para que podamos ejercer de “turigrinos” este año. En una terraza tomamos unas cervezas y charlamos un rato con unos amigos de Julián, también con Lucía, Nacho, Manolo, Carlos y Rocío familiares de Miguel y con un amigo de éste, Eugenio Moro, compañero prejubilado del Santander y orfebre, que ha realizado las labores últimas de restauración del Lignum Crucis que más adelante tendremos el placer de contemplar en Santo Toribio de Liébana.
Los demás se han quedado descansando y paseando por Islares, donde no hay absolutamente nada, y ya los encontramos durmiendo al regresar pese al bullicio que hay alrededor del albergue por el botellón que tienen montado unas decenas de chavales, pero si están la mitad de cansados que yo comprendo que no oigan nada.
En Alcoy, preparando la salida
Durante el viaje cada uno .......
Aumenta la tropa. Este año somos siete: los hermanos Julián y Paco López, Fernando Rodríguez, Antonio Vilaplana, Miguel López, Paco Calatayud y el que suscribe Juan Olmos.
Tras la recogida habitual nos vamos para Alcoy donde nos espera Antonio para cenar, luego, tranquilamente, carretera y manta. Voy conduciendo yo y me equivoco al pasar por Madrid, lo que nos permite una visita turística por el Paseo de la Castellana a las 4 de la mañana con el consiguiente chorreo para el conductor (mi menda lerenda). Después autopista de Bilbao, parada en Miranda de Ebro para almorzar y a Castro Urdiales.
Castro es la cuna del gran músico Ataulfo Argenta (1913-1958) que, pese a la carrera de obstáculos que fue su corta vida, logró significarse como uno de los más prestigiosos directores de la época junto a Karajan, Bernstein y otros.
Paseamos por el casco urbano hasta la zona de soportales junto al puerto, donde caen unas docenitas de sardinas con abundante cerveza mientras observamos la gran afición que aquí existe por las traineras. En casi todos los bares hay instaladas pantallas alrededor de las cuales se agolpa la gente como si de un partido del mundial se tratase.
A continuación garbeo por la playa hasta el albergue que es pequeño y está lleno, indicándonos que aún llegará más gente que viene de camino, así que nos marchamos al próximo que se encuentra en Islares a unos pocos kilómetros. Allí el albergue está ubicado en lo que fue la casa del médico, detrás de la iglesia; es pequeño y limpio, recién inaugurado y el hospitalero muy amable.
Son más de las dos de la tarde y hay que comer. En el albergue nos recomiendan el bar La Cuca, en la playa a un km., aunque no les queda casi de nada; junto a él está el camping Playa de Arenillas pero de su cafetería nos echan literal e impertinentemente; se ve que es un poco tarde y ya han trabajado bastante o es que son así. Por fin se apiadan de nosotros en el único bar del pueblo y nos preparan unos platos combinados.
Miguel, Julián y yo nos vamos a Santander a devolver la furgoneta, a hacer unas gestiones y a recoger el coche que amablemente nos dejará Carlos, sobrino de Miguel, para que podamos ejercer de “turigrinos” este año. En una terraza tomamos unas cervezas y charlamos un rato con unos amigos de Julián, también con Lucía, Nacho, Manolo, Carlos y Rocío familiares de Miguel y con un amigo de éste, Eugenio Moro, compañero prejubilado del Santander y orfebre, que ha realizado las labores últimas de restauración del Lignum Crucis que más adelante tendremos el placer de contemplar en Santo Toribio de Liébana.
Los demás se han quedado descansando y paseando por Islares, donde no hay absolutamente nada, y ya los encontramos durmiendo al regresar pese al bullicio que hay alrededor del albergue por el botellón que tienen montado unas decenas de chavales, pero si están la mitad de cansados que yo comprendo que no oigan nada.
En Alcoy, preparando la salida
Durante el viaje cada uno .......
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